MURCIA Y CASTRILLO DE MURCIA
Entre mi viejos papeles,
de casualidad, he encontrado unos apuntes de un tiempo lejano cuando visité, de
paso, en la tierra burgalesa, una localidad simpática para los levantinos, que
lleva el nombre de Castrillo de Murcia, perteneciente o encuadrada en la
actualidad al municipio de Sasamón, que juntando unos diez pueblos bajo la vara
de su alcalde, le cuesta llegar a los mil habitantes.
Cuando uno viaja, a
diferencia de lo que quería y demandaba, y demanda, el franquismo de que lo
mejor era estar al “corriente por la prensa”, no solamente porque Castrillo de
Murcia, con su nombre, tira por el suelo toda la mentira ladina que resulta ser
la Historia escrita que nos han largado en una España, que, alguien entendió a
su conveniencia patria, que todo empezó en el siglo XV con unos reyes castellanos
potenciados por la prensa, y olvidando aquellos hermosos tiempos de unos
ibéricos que nada quisieron saber de hordas invasoras, tanto laicas como
netamente conquistadores, porque estas tierras siempre fueron lugar de acogida,
y por eso florecieron y florecen los intransigentes.
En Murcia, siguiendo con
la tónica de desinformación, en vez de ir al grano directo de la verdad en
referencia al origen de su nombre toponímico de Murcia, se han podido escuchar
desinformaciones como que si se debía a la diosa Murcia, romana, o a la
Murcylla de Abderraman II; y si opinabas en contrario te suspendían, y te
suspenden ahora todavía en cualquier examen de historia, porque subyacía y
subyace un trasfondo paleto, beato, frailuno y clerical, que parece no ver con
los ojos de la lógica que Murcia, el nombre de la ciudad egoísta, acaparadora
actualmente de todo el asfalto de la región, deriva directamente del árabe
Muza, o Muça, tal y como aconteció en el burgalés Castrillo de Muça, que, poco
a poco fue mutando y derivando lo de Muça por los de Murcia.
En el probable encuentro,
que no es seguro, entre el ibérico visigodo Teodomiro, y el vecino poblador de
religión diferente, aunque monoteístas los dos, Abd al-Aziz Muça, corriendo
probablemente el año del setecientos treces, estampando la firma el moro y
firmando con el dedo el Teodomiro para darle nacimiento a la Cora del Tudmir,
es de lógico que un caserío, que un enclave muy propicio para la vida por su
suelo fértil como era entonces la zona murciana, quisiera el vecino más
poderoso, Muça, que la nueva ciudad llevara su nombre, y no la iban a dejar sin
bautizar hasta pasado más de un siglo y varios años, hasta que alguien cayó en
la cuenta, y corriendo el año del ochocientos veinticinco, fue, según la
crónica frailuna apañada, con aquello de la Medina Mursiya, o te suspendían y
suspenden en el examen.
El lejano recuerdo que me
llega de mi visita casi suficiente para recoger impresiones sobre la villa
castellana de Castrillo de Murcia, vi mucho del beaterio murciano en aquella pequeña
pero entrañable población donde, sin vergüenza de ninguna clase, han aceptado
que lo de Murcia deriva del vecino ibérico monoteísta islámico Muça. Y como
siempre salta la liebre cuando uno menos se lo espera, ya por aquellos años,
donde con mucha dificultad bibliográfica, me iniciaba en mi creencia de que los
“Moros” nunca Invadieron España que ni existía como tal estado o nación o grupo
de encuadramiento, cuando me explicaron en Castrillo lo del diablo corriendo
con rabo por las calles en la fiesta del Colacho, no consiguieron sino que
sonriera y seguí con mi faena propuesta de enterarme más cosas acerca de la
Condesa Traidora, doña Argentina, no porque el pusiera los cuernos al rey de
Castilla don García Fernández, sino por la razón del nombre que llevó:
Argentina, algo muy en desfavor de la “tradición impuesta” de que las mujeres
lleven el nombre de santas vírgenes.
Que vendría más tarde
dentro del proceso involutivo en el que nos obliga a vivir la ley mordaza y las
leyes vaticanas.
Salud y Felicidad. Juan
Eladio Palmis.
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