ARGENTINA ES UN NOMBRE DE MUJER
El planeta que
habitamos, la Tierra, tiene un nombre femenino; y todos y cada uno de sus
continentes, llevan nombre de ese género humano, el femenino, que, desde
tiempos del Santo Imperio Romano Germánico están obviando cada vez que pueden;
y han podido mucho, bien directamente ellos o bien con sus solajes herederos
imperiales, el clero vaticano que, a base de haz de leña o de excomunión, se
impusieron injiriendo y olisqueando para chivatearse, hasta en los más
encumbrados dormitorios reales vigilando hasta los desparramientos matrimoniales
y partos.
Una cierta
afamada mujerdalgo ibérica, nada que ver con la plata potosí ni con latinajos
vaticanos, que, como siempre, han injerido desde el clero vaticano sobre el
origen del nombre del hermoso país Argentino, la condesa del Condado
Independiente de Castilla, doña Argentina, primera esposa que se le atribuye al
conde, su “adornado” don García Fernández, mandamás del citado Condado Independiente
Castellano, fue una esposa que, según la crónica, cambió a su marido por un
apuesto y gallardo caballero francés.
Y, dejando de
lado la vida sentimental de la citada condesa, lo novedoso del asunto, que hace
años llevó a un servidor a tierras burgalesas y sorianas, intentando buscar el
por qué del nombre femenino Argentina, para nada derivado de tierra con plata y
otras gaitas históricas atribuidas al nombre de Argentina, servidas en crónicas
frailunas generalmente, o de gente sujeta a la Ley del Haz de Leña o la
Excomunión, en vigor casi total actualmente, todo ello se cae solito cuando se
aplica la lógica a una injerencia, hasta extremos de pura paranoia, cuando se
quiere hacer creer que todo lo terrestre; todo lo que ha acontecido en este
mundo que habitamos ha pasado o tiene obediencia al excelente hacer del clero
vaticano y sus blancas e inocentes manos.
Asia, Europa,
África, Australia, América, son tierras continentales cuyos nombres tienen
obediencia al “patrón” femenino Tierra de nuestro planeta. Y será trabajo de
los historiadores futuros, cuando no existan leyes mordazas que les impidan
expresarse con la verdad en sus teclados y en sus exámenes a cátedras, iniciar
un cambio total de conceptos aceptados por una imposición injerente total, que
abolió, en el caso de la Península Ibérica, prácticamente todo lo genuino, lo
nativo, por algo que vino de un poder terrenal tremendo de tierras
germano-italianas, que no tenían ni tienen absolutamente nada de tierras santas
o inocentes y puras.
América, un
nombre femenino, no puede ni derivó en momento alguno de un hombre, Américo,
que los grandes historiadores portugueses, para servidor los más de fiar, no
han reconocido todavía que existiera en el modo y manera como el clero vaticano
dijo y dice que existió y que se le deba el nombre de América, porque a todas aquellas grandes extensiones de
tierra, siempre se ha procurado darle el nombre femenino para que jueguen
dentro de la norma: Así denominamos Rusia, Siberia, Argentina, China, India,
etc. etc.
Estas
festividades de fin de año, de pura casualidad, encontré unos viejos papeles
personales, donde plasmé, casi con una grafía ininteligible, mis impresiones
particulares y privadas de hace años cuando viajé a Castilla, concretamente a
la provincia de Burgos y Soria, buscando los orígenes castellanos, ibéricos, de
nombres de mujeres que, como la citada Argentina, ya existían mucho antes de
que los reyes ibéricos, por culpa de la poderosa excomunión y el haz de leña,
tuvieron que decir a todo amén, sin más compañones.
Salud y
Felicidad. Juan Eladio Palmis.
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