
Tal como se iniciaba
por aquel tiempo una narración
que el clero manoseaba
para darle autorización,
comienza ésta que yo deseaba:
En el nombre del Padre,
que, desde su altura azul del cielo,
hizo que nada cuadre
según y como seria anhelo
de los nacidos de buena madre
Porque con extrañeza,
vemos que, desde su azul altura,
no asomó su cabeza,
ordenando a la Iberia cordura
y justicia a todo lo que empieza
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Y cuando está admitida
la teoría de la redondez,
habrá que armar partida,
que aclare este cierto parecer.
Y ya los lusitanos,
pueblo que tuvo buenos monarcas,
surcan los océanos
sin escatimar oro a sus arcas
Y por rumbos seguros
sin ver costa alguna los marinos
avanzan los futuros
por los vastos azules caminos.
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Isabel y Fernando,
monta ella, y monta el otro tanto,
con sangre van aunando
villas y tierras bajo su manto
para ir La Ibérica agradando
Donde el rojo estandarte
del moro infiel de la media luna
no halle baluarte
para tremolar bandera alguna
que no sea aquella, la que comparte
Con una cruz la espada
bajo el más sangriento maridaje.
Dándose por ganada
la estancia cuando llegue el viaje
que convierte al hombre en polvo y nada.
Y hacia el sur y al levante,
hacia la al-Andalus de verdura,
el cristiano ignorante
quema y destruye la gran cultura
de un gran pueblo bereber triunfante
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