miércoles, 7 de enero de 2009

ACOSTADO
Cuando te vi
acostado,
muerto:
mil veces muerto
como querían
y quieren
los lacayos,
me dije:
Che Guevara,
lo tuyo,
no lo han logrado.
No lograron
que las gentes,
los bien andados
digan tu nombre
mientras el hombre
tenga libre el corazón
y no lo tenga atado
a la triste cadena
de un credo
que no sea el
credo único:
el revolucionario.

Todos los otros,
todos,
absolutamente
todos,
son credos
mal rezados
y peor aplicados.



COMANDANTE
Vendrán tiempos
Comandante,
vendrán
abanderando
puentes de plata
para que los hombres
caminen
en la polvorienta
manada
con pastores
de los que se dicen
ser gentes avanzadas:
las más civilizadas.

Vendrán,
Comandante,
vendrán.
Pero te he visto
Fidel Castro
y escuchado
en mi lejanía
de no haber estado
por sierra alguna,
decirle al hombre
que tan solo
se hace
hombre
que camina
alzado,
levantado,
sin más pastor
que la inteligencia
de ser hombre hombre,
sin condiciones
realizado;
abierto y abocado
cuando
con su propia estatura
está elevado.

Y se,
porque he vivido
lo suficiente
con anteriores
pastores,
que los puentes
de plata
señalados
por esas otras gentes,
Comandante,
más que pisos
para pasos,
son lazos
donde humillado
quedará,
aún más,
el hombre,
si cabe ser
más humillado.

Sabes, Comandante,
cuando se camina
y se topa
con gente
que es gente como tu,
hasta se alegra el paso,
y la desgana acumulada
se derrite como grasa,
y se piensa
que algo merece la pena
el que se vaya dando
vueltas
por un mundo
mareado
de su propio giro;
embriagado
del vino que le hacen
beber
cuantos
continuamente
mienten
y son,
por la incultura mundial,
blasonados.

A mi,
Comandante,
se me avejentó
la ropa y el aliento:
Se me hizo vieja
la que creí mi tierra
para mis andares.

Pero viéndote,
anoche mismo,
sentí mi ropa nueva,
diferente,
dispuesta a seguir
aguantando
y aguantándome
y girando,
porque en apariencia
toda parece igual,
pero tus guiños
al destino
sacan días
que mantienen cerrada
la puerta
a los indicadores
de puentes de plata
y oro,
y en la boca
se les ve una mueca
inoportuna
de hijos de mala madre
que por toda sonrisa
la vida les ha dejado,
mientras que tu sonríes
por encima;
muy por encima
del tiempo
y del intento rabioso
de que ni tu sombra
deje señal
en el suelo
por donde has pasado
alegrando el sueño
y el día
de cuantos
tuvimos
por forma de vida
estar sentados
sin Sierra Maestra alguna,
pero la suerte
de ser por ti
informados
y orientados.


SUEÑOS

sueño con ir
sierra arriba
siendo todo,
de pies a cabeza,
un guerrillero de monte
de los de verdad.

Porque por aquí
abajo
está todo
tan trastocado
que ya nadie quiere
saber nada
de nada
fuera
de su propio convite
y cama.

Y si fuera
guerrillero,
de los del fusil
y credo claro,
ir contra la injusticia
es un don
que no se hereda
ni se compra
si no es
luchando
contra la mentira
y la falta de verdad
a las claras.

DE CUBA DIJE
De Cuba,
dije y digo,
son muchos de los aires;
de los vientos,
que le dan las alas
para que vuelen
todos y cada uno
de mis versos.

De Cuba,
dije y digo,
son los besos;
el millón de amar;
tu amor,
tu amar,
que se quedó
aguardando
en cada piedra,
o quizás jugando
entre las olas del malecón,
o, quizás quieto,
como soñando
por La Habana vieja,
por el Vedado,
aguardándote
y aguardando.

De Cuba,
dije,
y tengo que decir,
que latiendo vivos
llevo,
mientras viva
y haya para mi tiempo,
amores amarillos
de tiempos nuevos,
en tiempos viejos,
gastados.
De Cuba,
voy a decir
que por las verdes
y por las amarillas cañas,
por las palmas;
por una mulata clara,
de canela,
de melaza,
van cosidos,
y cogidos,
unidos,
todos y cada uno,
de mis sueños,
los que están
y los que han de venir
en todos mis tiempos
que son tus tiempos.

Y si hablé
de un verso
por ti y para ti,
en el instante que lo dije
ya estaba hecho,
no de aire,
o de aliento,
o de pena,
sino alegre
porque existes tu,
el sol,
la tarde,
y un viento que,
cuando sopla,
salta y vuela por Cuba,
por Amarillas,
un pueblito
de Cuba que quiero
y siento,
y es un viento
y es un verso
alegre como tu mulata:
quieto, parado,
dulce, amable,
y a la vez,
inquieto
como una lagartija,
y viajero.
DEL ALTIPLANO

No mucho más alto
que un cóndor
puesto en pie,
era
su estatura.
Pero ya sabemos
que el hombre
no necesita
talla de osamenta
para dar la altura.

Cayó junto al Che
por la selva
adentro
de una Bolivia
de lágrimas,
de llanto continuo
de pueblo y tierra
quebrada,
humillada,
vendida,
vejada.

Un guerrillero
que se fue,
sin nombre escrito
aunque nos quedó
su hazaña.

Y como en la cabaña
en la que nació
el compañero
del Che,
por caber no cabía
ni una pena más,
vivió desde bebecito
chupando y mamando
pena tras pena.

Aguantar la rabia
y la resignación
le gusta al patrón
y lo pregona,
agitando con ira
y soberbia la papada,
el clérigo,
en referencia al peón
y lo fácil
que lo va
a tener
en una muerte
temprana
para estar
más eternidad
adorando
a dios.

Y cuando
con el estómago
lleno,
clérigo y cacique
se van para la cama,
el pobre
para la noche,
se lleva la rabia
a su estera
o a la hamaca
o al puro
suelo
en su cabaña.

El guerrillero
que nombro,
compañero
del Che,
de estatura
baja
y alta talla,
no se le escapó
ni una lágrima
cuando en La Higuera
asesinaron,
por orden
de la Cia
el cuerpo
del Che Guevara.

De la aldea
a la selva,
al matorral
con El Che
cuando
se fue,
de toda su vida,
fue su mejor
etapa.

Y un guerrillero,
pecho amplio,
voz de timple
por el aire frió
de la noche larga,
de vigía y vigilia,
de acecho,
de calor,
y de escarcha,
cuando muere
junto al Che,
muere
pero mucho menos
que si muriera
reventado
en la peonada.

Una vida,
del camarada
del Che,
en apariencia
perdida,
de la que
cacique y clérigo
pensaban
se alzaban tan solo
para fertilizar
con su esqueleto
la finca,
el cortijo,
la dehesa,
la hacienda
o la estancia.

Pero entended
que prendida
su vida de guerrillero
la llevo
como la mejor vida
cantada
en mi canto,
en la misma lucha
por la lucha
de mi verso
y mi palabra
por una América
morena
que agoniza
a las mismas puertas
de poder ser
la mejor
y la más amplia
casa
entre las casas
para ser
habitada.



MADRE
En asuntos
de pan,
apenas llegó
al mendrugo.

Y aunque todos
dicen
que al nacer
ya nació
como hombre vencido,
alguien en su barba
puso
la guerrilla
y la rabia,
y un fusil
mucho antes
que hasta podrida
le hirviera la sangre
por la herida abierta.

Madre,
una guerrilla
tengo
en el monte,
madre,
que me espera.

Porque
entre el mendrugo
de pan,
la injusticia
y la miseria,
prefiero irme,
madre,
a luchar a la sierra,
donde siempre
se han ido
los hombres
buscando
apartar las hambres
y las miserias.

Madre,
una guerrilla
tengo
en la sierra
que me espera.



A LOS EE.UU

Ni roto en cien pedazos
tu país
de gente de carne andando,
dan otra cosa que peso,
y un aullido de miedo
la brutal ignorancia
que aún en plena luz,
asusta hasta los perros,
a los que pasan de todo
por ser perros
callejeros,
y les das
como país de rapiña
y guerra,
padre y madre
de todas las guerras
y los desconsuelos,
les das miedo.

Si cerca de ti
tuviera que pasar
asustado de ser,
de que me digan,
que soy tu hermano,
nunca alces,
ni para un simple saludo
tu ensangrentada mano.

De ti solo quiero
lo mismo,
la misma regla,
la misma ley que aplicas,
según tú,
por su bien,
de un modo desinteresado,
al que dices
que es tu amigo:
tu aliado.
POBRES
Quiero contar
y juntar
uno a uno
a los pobres,
a los que saben
y a los que no,
que un día
con ellos
quiso su vida
echar
un poeta de Cuba,
José Martí,
cubano
de los de verdad.

Y quiero,
por bandera
caña, platanal,
tierra removida
y viento
venciendo
al verde y blanco
algodonal.
Y al hombre:
hombre blanco
hombre negro,
o esclavo
o aquel liberto
de vientre y látigo
lo quiero libre;
libre como un cielo
abierto o cerrado
de nubes,
cerrado o abierto,
pero nunca
látigo y puñal,
que golpea,
entra o sale;
camino sangrante
de piel,
o que pasa y llega
el metal:
arado de mal acero
para sembrar,
usado
en matar
y mutilar.

Y el trigo
lo quiero rubio,
maduro,
y el maíz,
la mazorca,
verde a reventar.

Y el agua,
agua,
mucha agua
para beber y regar;
y saliva en la boca
para hablar;
hablar y contar
que hubo un tiempo,
un tiempo de atrás
que los pobres
contaban,
que el poeta
los contaba
y les cantaba
sin usarlos
para engalanar
trova alguna,
ningún altar,
ninguna boca
de político barato,
de mala gente
de mala paga
y peor pan.

Si los cuento
en la cuenta
del contador
y amigo
José Martí.
Si tengo pobres
y vendo pobres
empaquetados
al por menor,
será por una
sinvergonzonería
al por mayor
de la humanidad entera,
sin el poeta
que con ellos
quería
su suerte echar.



CUBANO
Déjame un hueco
de amigo,
de hermano
entre tu tierra,
¡déjamelo!

Y si lo haces
no te olvides
que yo,
pese a mi acento,
nunca voy
ni a intentar
darte un consejo,
de los que hacen daño
solo con ofrecerlos
cuando se ofrecen
sin adelantar la mano.

Tu Cuba,
eres,
por lo menos para mi,
Las Indias,
El Dorado,
las Américas
del ensueño
de mis abuelos
¿Cómo puedo
yo
hacerte daño?

Un verso
quisiera hacerte
del color chocolate
de tu ron añejo:
que estuviera su color
entre el del cobre
y el del estaño,
como luce
la piel
de esa mulata
que cuando me da la mano,
La Habana entera
se entera,
porque su calor,
de tanto ardor
abrasa
la piel de mi mano.

Y después
hacerte
otro verso
de color verde:
flexible
como tu palma,
o canela
como la piel
de la cubana
que pasa y pasa
sonriendo
a la vida
y a la gracia,
dándote
Cuba,
América,
la seguridad
que en tu casa
de colores
cualquier hombre
tiene asiento
y morada
si te pide permiso
de entrada.

Y si no alcanzo
en ese intento
un verso
de emoción
y colores
por la tierra
que ayer
fue ilusión abierta
al sueño
de vida
de mis mayores,
déjame que te diga,
Cuba,
verso aparte,
que cuando te veo,
lo saben mis amigos,
es tanto lo que te quiero
que ladrón de ti,
al besar tu suelo
engullo siempre
un poco de tu tierra
para mi intimo
y particular
consuelo.

Y alguien
que besa
y engulle
tierra en tu tierra
nunca,
Cuba,
América Morena,
podrá darte
consejo alguno
ni hacerte
el más mínimo
daño.


TE MIRO
Te miro
mientras duermes,
mientras está la noche
rondando
su ronda
de tiempo oscuro
por tu calle
y por tu casa,
y por tu cama
que también es mía
de contrabando.

Te miro,
mientras por la
habitación,
por tu habitación,
ha pasado
antes que tu te durmieras
ese calor derretido,
como chocolate
caliente
que en Cuba,
como si fuera metal
colado
funde una vida,
hace la piel ardiente
de una mujer
como la tuya,
mulata.

En el amor de siempre,
en el de propiedad,
esclavo
y esclava
como de aquel tiempo
pasado,
tu y yo
encadenados
caminamos
hoy,
porque el amor,
según dicen,
mientras vive
solo tiene presente,
y se mantiene vivo,
vigente,
sin atender otra cosa
que su girar
huracanado
cuando es ardiente.

No se
como definir
al nuestro,
pero cuando te miro
al abrir los ojos
primerizos
a la luz que alumbra
la mañana,
o cuando se mueven
por primera vez
al día tus labios,
el te quiero
que me dicen los dos
es tan sincero,
tan real,
que la propia luz
que al abrir tus ojos
al día
y tus labios
a mis besos,
detienen el mundo
y su movimiento.

Y dormida,
o despierta ya
cuando estas vestida,
o cuando
llevas puesto
tan solo
el vestido
amoroso de mujer,
de hembra
que mata y aleja
la soledad,
el sin sentir
y el sinsentido
de cualquier vida
que no pueda
tener a su lado dormida
o despierta
una mujer como tu,
mulata de Cuba,
mulata,
ni es vida esa vida,
ni es nada
esa vida vacía
y vana.


NUNCA SABRÉ

Nunca sabré
por qué busco
cuando alzo la vista
algo
que sea diferente
del cielo cotidiano:
del azul,
o del malamente
estrellado
de la tierra
en la que
porque quiero
o porque me ha tocado,
se van mis días
sin vuelta,
con altibajos
de subir
o bajar en el ánimo
y en las ganas
como lo hace el aire
con la cometa.

Ayer mismo
me pareció ver
entre dos nubes:
una blanca
abundante,
una nube, nube
de las que procuran
todo el cielo
para ellas,
a otra nubecita
de las pequeñas
que me parecía
mirar
por si la miraba
más que a la grande.

Sobre un cielo mojado
por el mar
donde estaban las dos
estuve,
horizonte adelante
pensando y soñando
la ventaja de ser nube
pequeña
y volar.

Porque de seguro,
aquella minúscula
e insignificante
nube,
que se fue por el poniente
adentro de la mar,
llevaba metido
como más amigo
que la grande,
el viento.

Ese viento mismo
que me empuja
a mi,
ignorante de que yo
soy una cometa atada
a una tierra,
por un hilo,
asido
por un montón de manos,
que no me dan
la libertad
de irme
poniente adentro
hasta llegar
y volar
sobre el cielo
de Cuba
para quedarme.


Muestra de Versos de Cuna y Poca Luna


VOLVER A LA INFANCIA

Si volviera
mi infancia,
aquella que se fue
sobre carros
y carretas
de mis propios
arrebatos
por días
anhelados por venir.

Si volviera.

Si yo supiera
hacerla volver
haciendo que gire
en sentido inverso
el planeta,
cogería
el salto feliz
de la infantil
carrera
para traérmelo
conmigo
sin más cosa,
sin más reflexión:
sin más vuelta.

Otras,
por el contrario,
de aquellas tardes
de invierno
frías,
cogería
el agrado
con el que me comía
el pan y chocolate,
que decían hecho
de algarroba,
de la merienda.

Y de aquella
amiguica,
la del pelo panocha,
limpia
y tierna,
recogería
la sonrisa
de su boca abierta
entre los lazos blancos
de sus trenzas.

Todas aquellas cosas,
aquellas,
que valían más
que cinco cromos,
que una peonza
y su cuerda.

Aquellas cosas,
aquellas:
como saltar
una tapia
y correr
tras un colorín,
un verderón,
buscar el nido
de la totovía
entre el rastrojo,
o pisar el charco
helado
y romper
su espejo de hielo
cuyo crujido
y helor
en la distancia
me ha quedado.

Ay,
si todo aquello
volviera,
entonces,
os lo aseguro,
no me importaría
para nada
hacerme otra vez
viejo,
porque me haría
llevándome conmigo
dentro
todo lo mejor
que de mi infancia
hubiese guardado
como un cayado
para ayudarme
durante todo
mi tiempo.

PONER LA MANO

Nunca sabré
si la poesía
nace
o está ahí
viviendo agazapada
en el renglón
de un poema
ajena.

También
puede que esté
abierta,
a las claras,
a la vista
para que alguien
la recoja del aire,
de la voz,
y la lleve consigo
al papel
a que de la cara.

También puede
ocurrir
que sea ella
la que se quede
donde le venga
en gana
porque tiene
vida
y nacimiento
sola,
y todo lo demás
se vaya
porque le sobra.

Yo,
sin cesar,
busco topármela
en cada
renglón,
por cada poema,
para que se quede
quieta,
sin movimiento,
solo con su especial
fuego
que aviva la lumbre
del sentimiento
más parco
y primitivo
que pueda surgir
y estremecer
al hombre.

Pero ella
está en marcha
al capricho
de su propio movimiento,
y no entiende
el por qué
gentes
como yo
buscamos,
verso tras verso,
en la propia espiral
de los intentos
tratando de hilvanar
versos con poesía,
que nunca sabremos
de quién son,
o por qué están ahí
parando
la falta total
de posesión
y movimiento.

La poesía
debería de estar
como lo está
la higuera,
la palma,
el albaricoquero,
o la tomatera,
quieta.
Y como la nube
que vuela sola
y cuando quiere,
quita o da sol
como si ella fuera
fuente de luz,
destello,
y no un humo
que tampoco
es resto alguno
de fuego.

Así debería de ser
la poesía
que uno la agarre
y la meta,
con toda su grandeza
viva y coleando
dentro de un poema
para que le de belleza.

Sumando mucho tiempo
de mi han salido
bastantes versos
dentro de una cuenta
sin que me diera
cuenta.

Algunas veces
cuando tropiezo
con alguno
de aquellos versos
lejanos
que yo mismo
llamo viejos,
de los que trazó
mi mano
cuando joven,
no voy a decir
que los veo extraños,
pero muchas veces
me cuesta reconocer
que un día,
aquello,
saliera de mi mano.

Y si todos fueran así,
si cada verso mío
me fuera extraño,
no tendría duda
al respecto,
y podría escribir
la poesía está ahí,
quieta,
esperando,
y uno,
para siempre,
solo pone
HOLA

Para vivir
de mi copla;
del vino
que yo vendimio
y piso,
que al madurar
se hace verso
que me emborracha
a todas horas,
que me den el campo,
a ser posible
con un altivo
y ralo
arbolado,
o una calle desierta,
o un perro callejero
tumbado al sol,
o el simple olor
a tu ropa de algodón
recién lavada,
y embelesarme
viendo crecer el día
apartando aurora.

O viendo
como temprano
cae la lluvia;
pero esa tímida
que moja
como pidiendo
perdón
cuando están las sombras
del crepúsculo
sin saber lo que son:
si son noche
o son día,
y no quiere
la infantil lluvia
que le vean
sus desnudas
gotas
de agua pura
que cala
y cala
y remoja
y moja
el pan
y la hora dura.

Y esa lluvia
amiga mía,
cantarina y clara
que me cala
y canta
acunando los recuerdos
de mi infancia,
me lleva
hasta mi casa:
hasta aquella calle
ancha,
el árbol en la puerta
y el mojado
gorrión:
parte y arte
de mi infancia.

Y todo
porque de niño
desde mi ventana
en las noches atrevidas
en las que me levantaba
a ver la lluvia temprana
y la alborada,
desde entonces,
siempre,
siempre que me divisa
la lluvia temprana
me da un verso
y me saluda
con un emotivo
¡hola, mi buen amigo,
hola!
LA INFANCIA

Todas las infancias
se van camino del olvido
por los veinte años,
y vuelven precisas
y preciosas
cuando el tiempo,
el propio nuestro,
nos empieza
a llenar de años
y a contarnos
cosas
de cuando pequeños
nos alzábamos.

Cosas nuestras:
del ayer,
de la infancia olvidadiza
cuando la vida
parece ser solo
carne fresca,
viva,
con presente
y poco pasado.

Pero cuando se memoriza
y la vida
se hace reflexión,
de por ahí adentro
surge,
casi a cada instante,
la infancia de cada uno
que estaba dormida
dentro.

Y en ella,
en el tiempo
primigenio
de la infancia
nos apoyamos
como al bastón
el anciano.

Y ella
que no es rencorosa,
olvida nuestro olvido
de juventud
y nos da su mano.

Por la mía,
por mi infancia,
vuelan colorines,
nidos
en los árboles,
siestas
de interminable calor.
Mañanas de frío,
juegos con aros,
canicas,
trompas,
futbol
con pelotas de trapo.
Y una tarde
larga de verano
en la que me di cuenta
de que existían,
diferentes,
las zagalas.

Mi infancia,
ella sola se amasa
y se hace su pan
y su brasa,
y se enfría
en el agua sucia
de una posguerra
larga y dura
que no puedo olvidar
ni perdonar
por la brutal ignorancia
de los redentores,
que a los de buena
ley
llamaban la mala gente:
la manada.

Lo decía
el cura y el cacique
¡malaya!,

Porque el pan negro,
el carbón sin brasa,
el callado silencio
que por dentro
de mis mayores
estallaba,
después de tantos años
de penurias
propiciadas por los mismos,
no les sirvieron
para nada,
especialmente
a los que pretendían
que todos
nadáramos
en la ignorancia.

Y ese mal
tan ignominioso:
la ignorancia,
en mi infancia
tuve la suerte
de que de ella
me salvara,
porque en la isla
donde habitaba
estaba mi padre
y mi madre,
y dos personas
pudieron más
que el oro
del copón,
y el brillo
acerado
del sable.


VERSOS GASTADOS

Si a la mañana
con la boca amarga
te despiertas
con ganas
de decirme
adiós,
vete,
no lo dejes
para otro
día,
ni para ese mañana
que todos esperamos
distinto
almohada por almohada,
cama por cama.

Cuando a mi lado
te percates
de que no cantan
las fuentes,
ni hay carrozas de cristal,
zapatos, lacayos
y pajes.
Y cuando
por la casa única
que tuve
cuando tras de ti
fui
abriéndote al verso
que hasta mi mano
llega,
sus balcones
estén sin adornos,
mujer de arcilla
cocida:
al fin y al cabo
mujer de barro
que terminas
donde yo empiezo,
no lo dudes,
vete,
que cuando
tu caminar adelante,
me deje de lado,
como hombre
de verso viejo,
de sonsonete usado,
me refugiaré
en el refugio
que más sabe de mi,
haciendo versos
gastados.
MANADA
Al viento ventero
posada y local
donde van a velar
o a dormir
mis versos,
cada vez le escribo
más a menudo,
porque hasta mi boca
llegan
ácidos
tiempos y cosas
que me queman.

Y los hombres,
a mi alrededor
como en los peores tiempos
cuando no fueron
pueblo,
ni obreros,
ni labradores,
le ladran ahora
a la luna de sus
egoístas
sueños
esperando
que les caiga
la breva,
sin tan ni siquiera
alargar la caña
ni podar la higuera.

La libertad
no la venden
las grande superficies
ni los almacenes
por muchas que sean
sus rebajas
y sus ventas.

La dignidad
tampoco
la regalan:
se coge;
hay que cogerla,
si es menester
con los dientes.

Y mis hombres,
y unas mujeres
incipientes todos
en asuntos de libertad
de la que por siglos
estuvieron
ausentes
cuantos no precedieron,
siguen hablando,
hombres y mujeres,
mujeres y hombres,
pero cada cual
mirando su ombligo:
su propio vientre,
ajenos y ausentes
de hacer pueblo
y hacerse gente.

Y si escribo y digo
mis hombres
y mis mujeres,
carece el dicho
de rigor:
porque ni me siento con ellos,
ni quiero mesa
en tal manada
de callados orejeros
orientados,
sin criterio,
cómodos,
dispuestos tan sólo
a repetir
lo que los amos
escondidos
les dicen que digan
desde los medios
de comunicación,
que no son medios
sino enteros
al servicio
de su patrón,
y se hacen sus mentiras
religión
para sus egoístas sueños.

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